El cuento de la lengua

Recuerdo haber leído hace mucho tiempo las capacidades destructivas que puede tener según leí en ese libro, el órgano más pequeño del cuerpo, que según dicen es la lengua.

Sin embargo, su pequeñez no le impide hacer cosas buenas en la persona,  como saborear una comida o ayudar a tragar los alimentos. Asimismo, lograr que una persona hable y se comunique que es una de las funciones más importantes. Por otro lado, una de sus características más malas es que puede producir palabras de todo tipo, por eso en el argot popular dicen que una persona es muy venenosa por el tipo de lengua que tiene y las palabras que con ella produce.

En este sentido la lengua también tiene sus diálogos internos propios, como son los que tiene con el paladar y con sus vecinos más numerosos, los dientes. Resulta que el paladar le obliga a hablar hacia arriba y eso es un poco incómodo, por eso no le gusta mucho. Pero por el contrario, entabla conversaciones muy entretenidas con los dientes de adelante de la boca y con quien hace conversaciones realmente fantásticas. Sin embargo, con su mala fama encima la lengua también tiene su cuento.

Los dientes le decían a la lengua si era capaz de ejercitarse (como es su costumbre diaria, cientos de veces al día) sin llegar a ser mordida por los dientes. Los dientes aseguraban que eso era imposible y que tuviera cuidado, porque si ellos la mordían inevitablemente tendría que quedar muda, porque al ser mordida por los dientes saldría el veneno correspondiente producto de años de labor de la lengua. El pequeño órgano juraba que tenía años de práctica y que jamás le sucedería; primero su oficio noble de producir palabras antes de ser vencida por un grupo de dientes que hacen poco más que masticar.

Con lo que no contaba la lengua es que ella no es autónoma, depende de su dueño  y resulta que el día en cuestión el mismo se enfrascó en una trifulca amorosa por celos, lo que significaba que la lengua trabajaría bastante y emitiría los cientos de palabras que estas emociones producen en los seres humanos. No hay que ser adivino para saber que la lengua perdió. En un arranque, el dueño de la lengua habló tan rápido y propinó tantos insultos que le dieron una trompada en la cara al propietario,  que como resultado, la lengua fue mordida por los dientes. ¡Oh sorpresa! los diente sí que tenían su trabajo y lo hacían bien. Fue tal el descargue emocional por celos, que luego de la mordida y correspondiente golpe y discusión, la lengua quedó aturdida por el veneno que resultó de la mordida y no tuvo más remedio que caer rendida y callarse. Había sido vencida por sus vecinos y por las palabras que producía su dueño en arranques emocionales. Al final del día no resultaba tan autónoma y sí que tenía veneno. Lo bueno del asunto es que pasadas las emociones se recuperó del todo y volvió a la normalidad, pero teniendo más por respeto por sus vecinos y por su dueño. Finalmente, todos los órganos del cuerpo tienen su función y aunque quieran ser autónomos funcionan dependiendo uno del otro y de la mente de quien la porta.

¡A cuidarse del veneno de la lengua! que un día lo puede llevar por mal camino y meterlo en problemas. Pobre lengua, lo que duele una mordida de los dientes.

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