Juan Ignacio había crecido viendo a su abuelo siendo un cascarrabias, muchas veces callado y otras veces encerrado en la sala de la casa oyendo música o sin emitir ningún ruido o hasta hablando solo. Juan Ignacio siempre se preguntaba qué hacía su abuelo en la sala.
Cuando Juan Ignacio fue creciendo se fue alejando del pueblo donde vívía su abuelo, pero se dio cuenta de ciertas particularidades que le resultaron curiosas al ahora muchacho.
Resulta que el abuelo de Juan Ignacio era esotérico, según comentaban los parientes más cercanos. Le intrigaba el más allá y el más acá como dicen algunos escritores, pero sobre todas las cosas le interesaba saber el futuro. Se consideraba libre pensador y le encantaba discutir a gritos si era necesario o imponer sus creencias. Sin embargo, muy pocas personas comentaban ese lado oscuro del abuelo ya que era “espinoso” hablar o comentar en público el asunto.
Los esotéricos y los que buscan las respuestas en los espíritus siempre se encuentran con aliados, ya sean estos familiares, o amigos cercanos, muy cercanos a la familia. En la familia había una cuñada del abuelo que también gustaba de las sesiones espiritistas y ambos sabían donde habría una sesión y cómo podían congregar a otros adeptos. Sin embargo, a pesar que la casa del abuelo era poblada de espíritus (ya que hubo muchos difuntos jóvenes y enteros en la vida de la familia cuando partieron), y porque de alguna manera algún miembro de la familia había visto algún aparecido en la antigua casa, nunca se atrevieron a convocar esos espíritus en la propia casa, pero siempre encontraban algún lugar donde había gente dispuesta y donde habían “almas” disponibles en línea para “comunicarse”. Nunca se supo qué habían descubierto en esas sesiones, pero la más memorable fue cuando a la cuñada y al abuelo en una de tantas invocaciones los persiguió una mesa, sí, como lo lee y después de esa no quedaron convidados a seguir con las sesiones.
A pesar del susto, al abuelo siempre le quedó la idea de querer saber el futuro, por eso sabía un método donde con una baraja normal podía auto leerse la suerte y esto lo hacía sin saberlo a ciencia cierta, una vez a la semana o conforme lo mereciera la urgencia del caso. Lo malo es que nunca pudo saber cuándo se iba a morir, cuándo se iba a ganar la lotería o si iba salir sin caer preso producto de las revueltas políticas en las que se envolvía por su partido político. Tampoco pudo saber cuándo iba a morir el amor de su vida, la abuela; o que terminaría sus días solo y enfermo en casa de una de sus hijas. Sin embargo, a pesar de ser esotérico vivió su vida como quiso, sin miedo a consecuencias espirituales, ni a la Iglesia católica o los curas o lo que pensara la gente.
El cuento de la mesa persiguiéndole fue memorable y alguno de los nietos quisieran saber qué le habrán dicho las cartas en realidad. En la historia del abuelo quedarán sus lecturas de cartas periódicas, sus sesiones espiritistas y el avistamiento de espíritus con testigos, porque eran espíritus traviesos y siempre querían que los vieran. Sin embargo, el abuelo era exagerado y no puede saberse a ciencia cierta si todo lo que contaba era real o no o lo había exagerado.
Quedó para la historia, un abuelo esotérico. Menuda leyenda para la familia que vive hasta nuestros días.
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